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La nueva Comisión Von der Leyen tiene las ideas claras, pero especialmente en tres campos que caracterizan sus actuaciones: descarbonización, economía circular y sostenibilidad. A juzgar por lo que venimos viendo, más que objetivos se están convirtiendo en auténticas obsesiones, en mantras que se aplican de manera general, y sin solución de continuidad.

En los últimos meses se han sucedido no pocas iniciativas que afectan al sistema alimentario que me llevan a pensar si se están haciendo realmente las cosas de la manera más eficiente posible para conseguir los objetivos, que sin duda todos compartimos – no conozco a nadie que niegue la necesidad de trabajar en estos tres campos-.

Pero una cosa es el qué y otra es el cómo. Se atragantan las iniciativas, se superponen unas a otras, se suceden a todos los niveles… Alguien debería poner algo de orden en el proceso.

Nunca la Unión Europea se había embarcado en un objetivo tan ambicioso desde que en 1992 se decidió poner en marcha el programa para conseguir el Mercado Único, pero la diferencia con la situación actual es patente:

  • En aquellos momentos la batería de medidas legislativas era puramente de carácter económico, ahora son de mucho mayor calado,
  • El programa estaba tasado a cerca de trescientas Directivas, ahora es una revisión completa del modelo – reforma de la legislación actual, nueva legislación-…
  • Y, sobre todo, en aquellos momentos la economía crecía, había estabilidad política, e incluso líderes políticos: el entorno era mucho más propicio al cambio.

Hoy, sin embargo, la situación es sustancialmente diferente: no habíamos salido de la crisis financiera de 2018 cuando entramos en una pandemia –global-, que además de los desconcertantes efectos sanitarios, está gripando nuestra economía y acelera los cambios sociales en marcha.

Visto así – la cruda realidad-, a lo mejor la primera conclusión es que la velocidad no es buena consejera. No se puede pedir al modelo económico un cambio atropellado, porque como la propia Naturaleza, acabará rechazando aquello que no es capaz de asumir.

Es verdad que hay sentido de urgencia, pero debemos separar lo urgente de lo importante, o en caso contrario nos perderemos en nuestra propia inoperancia.

Un buen ejemplo de lo que quiero reflejar son los trabajos en torno a la “taxonomía financiera”, en la jerga comunitaria, la reglamentación que pretende fijar una serie de criterios de sostenibilidad para que el capital se convierta en un instrumento de apoyo en el cambio del modelo.  Una vez aprobado el Reglamento marco en junio 2020, ahora deben aprobarse tres reglamentos delegados, cuya propuesta… tiene más de 500 páginas. Y para explicarlo, la Comisión publica un documento de “Preguntas y Respuestas frecuentes” que tiene… ¡120 páginas! Si las inversiones van a ser calificadas en función del grado de sostenibilidad de la empresa y sus políticas, lo menos que se concibe es que los criterios sean comprensibles.

Otra reflexión, al hilo de la urgencia. Los problemas hay que atajarlos de uno en uno, desde arriba, – con visión panorámica- y siempre tras un análisis sopesado. Tanto en el Green Deal como en el Farm to Fork la Comisión apunta con detalle algunos objetivos que merecen ser contrastados, y no considerarse dogmas de fe. Pongamos algunos ejemplos:

  • Hay que conseguir un 25 % de la superficie agraria dedicada a la producción ecológica. ¿Por qué un 25 %? ¿Por qué no un 20, o un 40? Me gustaría saber de dónde sale esa cifra – negociación en Gabinetes aparte-, y si está suficientemente contrastada.
  • Hay que reducir un 50 % los fertilizantes, y los antibióticos de igual forma. No conozco las razones de estos objetivos tan exactos, pero estoy abierto a que me las expliquen.
  • Hay que reducir el consumo de carne roja, por sus efectos sobre la salud y el medio ambiente – suena al informe Eat Lancet, y al del IPCC…-.

Como estos hay más. Las técnicas de marketing han colonizado la política, y es lógico que haya que poner objetivos, pero después de un análisis profundo, serio y equilibrado. Si no hay análisis de impacto 360º de las medidas a proponer, no conseguiremos los objetivos. Nos estaremos haciendo trampas al solitario.

Tercero, salgamos –por favor- de los lugares comunes –que, además, suelen ser los menos visitados-. Lo que afrontamos no va de lugares comunes, de repetir mensajes ni de lo políticamente correcto. Nunca la ciencia ha abierto tantos caminos como hoy lo está haciendo, así que no caigamos en lo fácil – los grandes números, la venta de angustia, la ideología sobre la razón… –

Algunos ejemplos.

La UE está obsesionada – y con razón- con las emisiones de gases de efecto invernadero. Todo son medidas para reducirlos, y se proponen cambios tecnológicos, impuestos, prohibiciones… pero no se ve la misma diligencia a la hora de proponer medidas para reducir toda esa energía que se pierde en sus procesos de generación, y que también emiten GEI. Aquí hay grandes posibilidades de mejora tecnológica que intuyo no se han explorado lo suficiente, y que merecerían propuestas detalladas antes de cargar la mano con medidas restrictivas sobre los sectores usuarios.

El mantra de las emisiones del ganado. A juzgar por lo que se oye hablar de ellas en los últimos tiempos, parece como si fuera el mayor emisor GEI de todas las actividades posibles, cuando la realidad es otra, como apunta de manera gráfica la iniciativa estadounidense “Sacred Cow”.

 

Otro tanto sucede con la demonización de la carne y el encumbramiento de la proteína vegetal, o con el cerco a las bebidas con contenido alcohólico, a las que se pretende incluso descartar de las medidas de promoción agroalimentarias en la UE y terceros países, cargar su etiquetado de avisos de salud y prohibir su publicidad. La última ha sido la propuesta de prohibir en los eventos deportivos la publicidad de productos altos en azúcar, grasas y sal… Ni calvos, ni con tres pelucas, por favor…

Seguro que algún lector informado puede completar la lista, pero lo importante es que alguien debe en las instancias comunitarias pararse a pensar si esta es la vía idónea para conseguir los objetivos.

Sería más juicioso ordenar el proceso, y acompasarlo a los difíciles tiempos que vivimos porque seguro que sería una forma de contribuir a su éxito. Que además, en definitiva, es lo que todos queremos.