Empecemos por lo obvio: la aceleración de los acontecimientos hace difícil que nuestra sociedad digiera el cambio, y como desconocemos lo que ha de depararnos el futuro, intentamos gestionar nuevos problemas con instrumentos antiguos, y la fórmula no siempre tiene éxito. La urgencia además no siempre es la mejor consejera. Estas reflexiones vienen al caso después de analizar algunos acontecimientos que se han producido en Europa en las últimas semanas, y de los que me gustaría hacer una lectura diferente.
El primero ha sido el fenómeno de los Gillet Jaune en Francia. Todos hemos visto las imágenes de barbarie y descontrol en las calles de Paris y otras ciudades, con mensajes radicales y pidiendo, entre otras cosas, un Frexit. Pero la subida del precio del diésel no parece suficiente excusa para tanto rechazo al sistema. Quizás haya que buscar una razón más de fondo, y en este caso debemos recordar que ese incremento fiscal responde a la estrategia del gobierno francés de lucha contra el cambio climático. La subida de impuestos ha sido la mecha que ha encendido el descontento, y su razón de ser ultima ha sido la búsqueda de soluciones a un problema global a través de una medida local y bien concreta – y fácil diría yo, como un incremento fiscal-. No parece que el gobierno francés haya atinado mucho, y más bien ha conseguido revolver el descontento social, a pesar de sus buenas intenciones.
Lo global, algo etéreo y grandilocuente – la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero – se materializa bruscamente por tanto en una medida local – el precio del combustible-, provocando el rechazo social y la agitación.
Otro ejemplo, la reciente caída del gobierno belga de Charles Michel. Poco antes de su desplazamiento a Marrakech para la firma del Pacto Mundial para la Migración de la ONU, el partido nacionalista que sustentaba la coalición (N- VA) anunció su retirada si Bélgica suscribía el Pacto, y así ha sido. Otra vez el mismo efecto: un problema global como es la necesaria ordenación de las migraciones provoca el rechazo local, azuzado por miedos atávicos. La verdad es que no es la primera vez que Bélgica acusa el choque de lo global con lo local, y no olvidemos que hace dos años la entrada en vigor del Acuerdo Comercial UE – Canadá (CETA) quedó en suspenso por la negativa del socialismo valón a ratificarlo en su parlamento regional, al entender que el acuerdo pondría en peligro los niveles de protección laboral, medioambiental y de protección al consumidor.
¿Que otra lectura cabe hacer de estos hechos? Como apuntaba al inicio, la forma en que se pretende resolver las nuevas necesidades de nuestra sociedad no siempre se gestiona con tino desde los responsables políticos, y el aterrizaje en medidas concretas, cuando afecta directamente al ciudadano – a su bolsillo o a sus miedos -, provoca el rechazo. Aviso a navegantes: hace falta más pedagogía, más transparencia, más comunicación,.. y menos presión. Es verdad que necesitamos proteger el medio ambiente, articular los necesarios movimientos migratorios y fomentar el comercio mundial, pero todo ello no debe estar reñido con el criterio de oportunidad y la prudencia.
En el campo de la protección medioambiental, los ejemplos de ese impacto directo de lo global en lo local y lo inmediato tampoco nos faltan. El último que cabe reseñar es la estrategia contra los plásticos de un solo uso. Hace poco más de dos años , el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo empezó a llamar la atención sobre el problema del abuso del plástico en nuestras sociedades; al poco se unieron consultoras (McKinsey), ONGs – Greenpeace -, el Foro Económico Mundial,…hace unas semanas, el Consejo de Ministros de la UE daba su aprobación a una nueva Directiva que acabará con cubiertos y vasos de plásticos e impondrá a las empresas costes de recuperación y reciclado para los envases de plástico, colillas , toallitas húmedas …a la iniciativa europea habría que sumar las que regiones y Estados de la UE están poniendo en marcha – prohibiciones, impuestos, objetivos de reciclado…- , cambiando drásticamente las condiciones para empresas productoras, usuarias y ciudadanos en los próximos años.
¿Alguien puede objetar la bondad y necesidad de esta medida? Difícilmente. Es una necesidad evidente que requiere de la acción de los poderes públicos. Pero quizás fuera prudente jugar más con los tempos, buscar soluciones coordinadas, no fracturar los mercados más de lo necesario,…otra vez tino o mesura, como se prefiera.
No cabe duda que son tiempos complejos para la toma de decisiones públicas. El difícil entorno político – internacional y nacional – condiciona directamente la economía y provoca en algunos casos reacciones sociales no siempre positivas,…aunque fueran decisiones bien concebidas.
En esta gestión de la complejidad, quizás una mayor coordinación internacional, un análisis de impacto más profundo y la mesura en la acción política puedan ser de ayuda, y separar lo urgente de lo importante.