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Cada 22 de abril se celebra, desde 1970 el Día de la Tierra. Es decir, que hace justo un año cumplió el medio siglo de antigüedad. Desgraciadamente, este año se produce dentro de un periodo de la crisis sin precedentes del ya soporífero y mortífero coronavirus.

Esta efeméride tiene como objetivo sensibilizar a la población de los problemas medioambientales (cambio climático, contaminación, pérdida de la biodiversidad, desforestación, hambre…), aunque lo cierto es que, circunscribiéndonos al área de la agricultura, pesca y alimentación, queda todavía mucho por mejorar; baste recordar que la agricultura consume el 87 % del total del agua existente en tierra firme, bien escaso en gran parte del mundo, y asumir que para obtener 1 kg de carne de vacuno se precisan 15.400 litros, 4.300 para otro de pollo, 8.000 para uno de café y más de 100.000 si fuera para vainilla.

A los problemas ambientales mencionados podríamos sumarle los demográficos. Y más en estos momentos pues, aunque sólo sea puntual (lo imperdonable de las muertes que sufrimos por la falta de previsión, planificación y propagación de la pandemia), la población sigue creciendo y habrá que alimentar a la futura, que pronto alcanzará los 9.000 millones lo que, evidentemente, es un problema gigantesco por sí mismo, agrandado si tenemos en cuenta que actualmente 1.100 millones de personas viven en la pobreza extrema y más de otros 820 millones pasan hambre crónica.

Ahora, la celebración del Día de la Tierra cobra especial sentido por estar casi paralizadas todas las economías y, simultáneamente, estando todas las instituciones desbordadas para poner en marcha imprescindibles planes de recuperación, haciendo hincapié sobre un punto trascendental, la sostenibilidad. Por ello, es importante aprovechar este evento para desmentir falsedades y mitos sobre la producción de ciertos alimentos y proponer soluciones reales que garanticen una alimentación sana para las generaciones presentes y futuras.

En estos breves párrafos sólo se pretende que se propongan y estudien las posibles soluciones sobre los problemas mencionados y que se aprenda de las lecciones que hemos aprendido este año tan complicado, ponderando y apoyando modelos de alimentación que sean beneficiosos socialmente y rentables económicamente para este sector agroalimentario. Si no fuera así, no encontrarán su sitio ni en el mercado ni entre los consumidores, cada vez más informados, críticos y con fantástica capacidad de elección.

Sirvan también estas líneas para llamar a las empresas de nuestra parcela. Para que, concienciadas de la importancia real que significa la sostenibilidad, no sólo por su crucial aspecto económico, sino también por su repercusión real sobre todos los consumidores, recuerden y sensibilicen a los políticos, técnicos y dirigentes su ineludible responsabilidad social y, sobre todo, su capacidad y necesidad para que el abanico de los productos agropecuarios que se ofrezca a la población sea diverso, asequible y saludable.

Como colofón, que nuestros portavoces aprovechen este día tan particular para promover, sobre este tema trascendente, campañas atractivas de comunicación en las múltiples redes de difusión existentes para lograr el máximo impacto posible y que sensibilicen a todos los consumidores para contrarrestar y revertir la influencia de quienes propagan, interesada e intencionadamente, eslóganes que son de poca ayuda.