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Hasta los años noventa el concepto de soberanía alimentaria estaba de moda, y los funcionarios europeos y nacionales hacían unos sesudos informes de balances de auto-aprovisionamiento para ver donde estaba nuestro punto débil, y donde debían esmerarse productores y administraciones para mantener la supuesta soberanía alimentaria.

La teoría de la autosuficiencia, propia de un esquema heredero de la guerra fría, dio paso – globalización mediante- a un modelo mucho más abierto en el que se pierde el miedo a la carencia interna – lo compramos fuera, no hay porblema-, y en el que el comercio exterior agroalimentario crece de manera importante hasta nuestros días.

Así, en estos últimos decenios, la UE se ha convertido en el gran exportador mundial de productos agroalimentarios, pero al mismo tiempo en un gran importador, especialmente de materia primas para la producción de alimentos en Europa. Y nadie pude decir que este proceso no haya sido todo un éxito apuntalado por un fuerte crecimiento del comercio mundial impulsado por la liberalización y los acuerdos de la OMC.

Hasta aquí todo bien, pero como suele pasar, el entorno cambia y las políticas públicas con ello, y como (casi) todo está inventado, volvemos a oír hablar del concepto de soberanía alimentaria.

En particular, el concepto de soberanía alimentaria vuelve a la palestra desde dos ángulos.

Uno, el ideológico, definido por Vía Campesina en 1996, y que busca el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas sostenibles de producción, distribución y consumo de alimentos, basándose en un agricultura local y familiar, de cercanía.

Dos, el económico. La verdad es que no está muy bien definido, pero en el contexto de la UE, Francia es quien enarbola esta idea que viene a decir que demos prioridad a lo nuestro – lo francés, se entiende-, y cambiemos las importaciones de terceros países por la producción local.  Un buen ejemplo seria el interés de Francia por conseguir en la UE una política de apoyo a las proteínas vegetales, en detrimento de las actuales importaciones de países como Brasil, Indonesia, Malasia, …

El asunto crece en importancia y estoy seguro que va a seguir dando que hablar con más fuerza en adelante.

¿Pero de donde viene este resurgir? A mi juicio se explica por dos razones:

  • La primera, esa corriente profunda de cambio hacia la sostenibilidad del sistema alimentario global que inunda los debates políticos desde hace años,
  • La segunda, por los acontecimientos que estamos viviendo.

Los desajustes provocados por la guerra de Ucrania, las rupturas de cadenas de valor, el coste energético, la inflación, la falta de fertilizantes, la disrupción en el transporte marítimo – a ver qué pasa con esta nueva ola de COVID en China -…todo unido, hace temer a los políticos sobre un sector, que parece acaban de despertarse, es estratégico y muy sensible.

Ese despertar oficial a la necesidad de preocuparse por lo que comemos – dicho así, parece una boutade, pero no lo es ni de lejos-, es lo que realmente trae a la palestra la soberanía alimentaria.

La Comisión ya está moviendo ficha: ha creado un grupo de expertos para analizar la gestión de crisis alimentaria y anuncia un informe geoestratégico para el año que viene, y además prepara una iniciativa legislativa para asegurar el mercado interior ante nuevas emergencias (Single Market Emergency Instrument).

Es difícil saber cómo va a acabar todo esto, pero personalmente el termino soberanía alimentaria me pone en cierta medida en guardia.

Está claro que tendremos que tener una visión mucho más geoestratégica de nuestra alimentación y conocer a fondo los flujos de toda la cadena en previsión de nuevas crisis, pensar en stocks estratégicos y fuentes alternativas de aprovisionamiento, impulsar la investigación y la innovación…En definitiva, organizarnos y coordinar mas la acción a nivel de Bruselas. Pero todo lo que sea ir más allá nos podría llevar a controles de producción, intervención administrativa (y por tanto política) de los mercados y a alterar nuestro potencial de seguir siendo líderes en el mercado global de alimentos.

Es de esperar que el debate se vaya asentando con una visión económica, no ideología como es la práctica corriente, y que nuestros políticos sepan congeniar todos los instrumentos de que disponen de manera acertada para seguir siendo lo que somos, hilando más fino.