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Cuando la salida de la crisis nos aventuraba una reactivación del comercio internacional, una vez más la política se infiltra en la lógica económica y crea un entorno de incertidumbre que hace fallar las previsiones.

Desde que el presidente Trump irrumpe en la escena internacional, todo se ha puesto patas arriba. Le ha bastado imponer  aranceles compensatorios al acero y el aluminio, y luego a los productos chinos  para soliviantar a todos sus socios, poniendo el crecimiento del comercio mundial en solfa.

Primero a Méjico y Canadá, a los que quería forzar a renegociar el acuerdo NAFTA, algo que ha conseguido pero según parece con menos éxito del que pretendía. Luego a la Unión Europea, que se ha visto obligada a responder con medidas de retorsión a las importaciones USA, y luego a China, argumentando que su falseamiento de la propiedad intelectual merecía dos rondas de aranceles punitivos, a los que evidentemente China no ha tardado en responder.

Y por si todo esto fuera poco, además cuestiona y paraliza el funcionamiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC), ya de por sí bastante débil.

Varias reflexiones merece esta situación, que me gustaría compartir en estas líneas.

La primera es que en las guerras comerciales los intereses se entrecruzan, lo que hace pagar a justos por pecadores  y dificulta  la solución. Los importadores en Europa de whisky de Tennessee poco tiene que ver con el acero y el aluminio, y a pesar de que hayan acopiado mercancías en Europa antes de que la UE aplicara los aranceles, si no se resuelve ese contencioso no van a ver hasta 2021 una posibilidad de salirse de la lista de perjudicados. Tampoco tiene mucho que ver los exportadores americanos de soja a China con la propiedad intelectual, pero así son estas cosas.

Hasta ahí todo normal porque está claro que las retorsiones buscan forzar a la otra parte a reconducir sus acciones, o al menos sentarla en la mesa de negociación. Pero este pensamiento lineal no tiene en cuenta la realidad económica y esta es la segunda reflexión. Los agricultores estadounidenses son patriotas como el que más, pero cuando les tocan el bolsillo reaccionan, y Trump ha tenido que establecer ayudas compensatorias para aquellos que sufren el arancel chino en sus exportaciones. Entre esas ayudas está el Market Facilitation Program, que tiene como objetivo compensar con ayudas públicas el menor valor de las exportaciones de los productores de porcino norteamericanos atribuidos a la guerra comercial; el problema surge cuando las compensaciones pueden beneficiar a una empresa local,… actualmente propiedad de una compañía china, líder mundial en el porcino.

En definitiva, esto no viene más que a poner en evidencia que vivimos en una economía global interconectada , en la que las cadenas de valor de los productos son cada vez más extensas e internacionales, y para las que los  modelos tradicionales de respuesta ante una “agresión” no solo no funcionan sino que se vuelven contra quien las utiliza. No verlo así es negar la evidencia.

Y aquí viene mi tercera reflexión; por eso es importante fortalecer la OMC como órgano regulador del comercio mundial, renovando el alcance y contenido de sus reglas, y sobre todo, dándole poder efectivo y suficiente para que se hagan cumplir.

Hay que avanzar cuanto antes en la redefinición de la OMC, y la propuesta que recientemente ha puesto la UE sobre la mesa es un buen paso en esa dirección, pero no por una suerte de buenismo o porque debamos agradar a Estados Unidos para rebajar la tensión, sino porque la vía del unilateralismo solo trae pérdidas para todos  (a ellos los primeros), y además no es efectiva.