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(EMPECEMOS POR LO BÁSICO)

 

La UE ha puesto en marcha la iniciativa de la Conferencia sobre el Futuro de Europa, un esfuerzo de sus tres instituciones básicas – Parlamento, Comisión y Consejo – para abrir un amplio y profundo debate que pueda llevarnos a la mejora del modelo actual.

Se están llevando a cabo debates en todos los países, se ha creado una plataforma específica y abierta a toda contribución, y no se escatiman esfuerzos para llegar al último rincón para recabar nuevas ideas para reforzar la Unión.

A mi juicio se trata de una excelente iniciativa, porque falta hace; hoy todo va muy rápido, y desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa de la UE en 2009, ni nuestra sociedad, ni nuestra economía ni nuestra política son las mismas. Hay que revisar nuestras reglas básicas, incluida nuestra posición en el mundo.

Pero, de entre todos los debates que voy siguiendo, tengo la impresión de que hay “mucha reinvención de la rueda”, mucho planteamiento novedoso, pero poco “back to basics”.

Digo esto porque es importante recordar que la integración europea surgió desde la integración económica, del mercado común, y que todo lo que hemos avanzado se debe en buena medida a que somos una comunidad con una economía abierta, basada en la democracia, con reglas propias y de aplicación armonizada.

Y no creo que esta idea haya pasado de moda, sino más bien todo lo contrario: debemos volver a ella, revisitarla y fortalecerla. O, dicho de otra forma, volver a lo básico, que nos ha demostrado que funciona.

Es muy preocupante ver dónde hemos llegado en términos de ineficiencia del modelo cuando observamos cómo se superponen los niveles de poder.

Europa legisla – y cada día más, con sus objetivos de sostenibilidad y descarbonización-, pero los Estados miembros no se quedan atrás… Es más, incluso se adelantan a Bruselas con leyes nacionales que luego hacen muy difícil la armonización.

 

Es lo que nos está pasando con el famoso Nutriscore, que de facto se expande y la Comisión todavía no ha dicho qué modelo de etiquetado quiere para la Unión. Cuando vaya a proponer uno, no le arriendo las ganancias de su puesta en marcha…

Más aún, si bajamos al nivel nacional, la situación se complica aún más, y nuestro país es buen ejemplo de ello; en junio del pasado año se aprobó en Bruselas la Ley Europea del Clima, y en España, en mayo, las Cortes Generales ya aprobaron la Ley del Cambio Climático y de Transición Energética – curioso… sin esperar siquiera a que se adoptara su norma básica comunitaria-.

Pues bien, a partir de ahí, sigue la carrera a nivel autonómico y son pocos sus Parlamentos que no han adoptado leyes similares, o están en ello.

Algunos podrán decir que es lo correcto porque cada nivel de poder tiene sus propias competencias y responsabilidades, y tienen su parte de razón.

El problema surge cuando, en la práctica, esta regla se distorsiona y el principio de subsidiariedad pierde su razón de ser. Al final, muchos actos legislativos llegan tarde, entramos en una carrera loca de a ver quién va por delante, se pierde la coherencia y, lo que es peor, se adoptan por el hecho de diferenciarse, pero perdiendo sustancia.

Lo malo de todo esto es que estamos complicando innecesariamente la actividad económica, rompiendo las bases de ese mercado único que tanto nos ha ayudado a crecer y creando barreras artificiales e innecesarias que lastran a las empresas.

Alguien tiene que pensar en cómo ordenar este imbrogglio para frenar las ineficiencias que hemos ido creando a lo largo de los últimos años. Y no solo al nivel comunitario, sino engarzando este con los nacionales.

No se trata de revolucionar nada, ni de alterar competencias ni nada parecido; más bien de racionalizar, de ordenar… de sentido común.

Si lo que funciona no se cambia, volvamos al principio y centremos el tiro. La economia sigue siendo el motor de la integración europea, porque de ella – cuando las cosas han ido bien- han surgido las nuevas aspiraciones sociales y políticas que nos han permitido avanzar. Mejor que siga siendo así.