Hace poco más de un mes se publicó con bastante eco el informe de EAT- The Lancet titulado Food in the Anthropocene: the EAT-Lancet Commission on Healthy Diets from Sustainable Systems.
El informe revisa lo que sería una dieta saludable y propone un tránsito a un sistema sostenible, así como cuáles serían las acciones necesarias para apoyar la transformación.
Algunos de los temas más sobresalientes del informe es su defensa de una dieta flexitariana, basada esencialmente en alimentos de origen vegetal incluyendo opcionalmente en cantidades modestas el pescado, la carne y los productos lácteos.
El copresidente de la Comisión de científicos que ha elaborado el informe, el profesor Johan Rockstrom apunta: “la producción mundial de alimentos amenaza la estabilidad climática y la resistencia del ecosistema. Constituye el mayor impulsor de degradación ambiental y de transgresión de los límites planetarios. El resultado de la suma de ambos es grave.Una transformación radical del sistema alimentario mundial es urgentemente necesaria. Si no actuamos , el mundo corre el riesgo de no cumplir con los ODS y el Acuerdo de París” – pág.19, Informe en castellano-.
Una vez apuntada la situación actual y los riesgos , el informe propone cinco estrategias para la transformación alimentaria que se sustancian en:
Pienso que cualquier contribución a la mejora de la situación actual en busca de modelos más sostenibles ha de ser bienvenida. Quien niegue que debemos transitar hacia un modelo más sostenible y circular y, por tanto, de futuro no es consciente de los desafíos que tenemos que afrontar.
Pero dicho esto, hay formas y formas. Me voy a explicar.
Me llama enormemente la atención el tono apocalíptico que cada vez más y más se impone en este tipo de literatura científica. No se si es una cuestión de marketing, de promoción de las ideas o de enfoque, pero creo que no hacen justicia a la realidad. Los errores deben subrayarse – es la base del análisis y el motor del cambio- , pero de igual manera los avances. Como dice Hans Rosling, lo negativo siempre atrae más a nuestra psicología -y vende mas, añadiría yo- , pero desenfoca la realidad, que es el punto de partida y la secuencia lógica de la búsqueda de las soluciones.
En segundo lugar, no menos significativos son los grandes mensajes que se extraen de este tipo de informes, que a mi juicio hacen flaco favor a su solidez. Un ejemplo. La Estrategia 5 de EAT, “ reducir al menos a la mitad la pérdida y desperdicio de alimentos”. Dicho así, suena muy bien, y nadie negaría la bondad del objetivo. Pero la base es muy débil. ¿Al 50% en todo el mundo? ¿Como lo medimos? ¿Es lo mismo reducir el food waste en Dinamarca que en Burkina Fasso? ¿Porque el 50, y no el 75 o el 40%? Pongo en cuarentena este tipo de afirmaciones globales que sí, denuncian un problema, pero de una forma que desdice el fin. Otra vez recurro a Hans Rosling. No te creas los datos: investiga, desglosa, cuestiona…
En tercer lugar, proponer una dieta global me parece excesivo. No solo por lo que apunto en el comentario anterior – generalizar hace perder fuerza a la razón-, sino porque suena a imposición. Lo lamento, cada día soy más alérgico a las imposiciones, y más si se trata de lo que como y lo que bebo – como dice un amigo mío, el único placer que puedo tener tres veces al día… Pero sobre todo porque las afirmaciones no se pueden hacer sin una evaluación detallada de sus consecuencias. Cuando EAT habla de la transformación a dietas saludables reconoce que habría que reducir a más de la mitad el consumo mundial de alimentos con azúcares añadidos y la carne roja. Mi pregunta es: ¿han analizado el impacto económico de esta sugerencia? Eso, ¿cómo se lleva a la práctica? ¿qué impacto tendría sobre los agricultores, la industria, el comercio y los puestos de trabajo y de creación de valor que esta cadena aporta a nuestras economías? ¿Quién le dice a esos millones de habitantes que pertenecen a la clase media global, y que quieren en toda lógica consumir nuevos productos y más proteína, que no lo hagan? Es muy fácil hacer estas afirmaciones desde el Instituto Postdam y el Stockholm Resilience Center, pero no se qué pensara un señor de Tailandia, China o Colombia de tal propuesta de limitación de ingesta. Ítem más, cada día me sorprende más cómo desde el “mundo civilizado” queremos imponer al resto del planeta nuestra visión sobre la realidad. Me parece un poco altivo y un tanto rancio.
Otro tema a reseñar. La Comisión EAT- Lancet esta compuesta por 37 personalidades del mundo científico: 2 copresidentes, 17 comisionados y 18 coautores. Analizando su composición, los datos me dan que 21 son expertos del área medioambiental, 11 de la salud y 6 de políticas públicas.
Echo en falta algún economista, sociólogo y otras especialidades del mundo científico pero sobre todo agricultores, industriales, comerciantes y consumidores, es decir, los auténticos actores de la cadena agroalimentaria y sobre los que se propone un nuevo modelo de hacer las cosas.
En fin, y para acabar, me extraña que The Lancet se preste a este tipo de iniciativas. Es una revista de lo más prestigiosa en el mundo científico y lo que hace muy bien es recopilar avances científicos, someterlos a revisión de pares y publicar los artículos que pasan la mayor criba de seriedad, pero no hacer política. Y menos financiada por un multimillonario noruego, Gunhild Stordalen – que, por cierto, luego fue criticado porque no debería ser muy consciente del problema climático cuando reconoció que había dado la vuelta al mundo en su jet privado-.
Es buena y necesaria la investigación, y los avances científicos son clave para mejorar el sistema actual; pero las formas y cómo se consiguen los objetivos no lo son menos.
A quien quiera profundizar le recomiendo que visite en Linkedin o en Twitter los comentarios de Tassos Haniotis, un excelente funcionario de la Comisión Europea, que modula los mensajes con hechos y cifras. Buena lectura.