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Finalmente, y contra todo pronóstico, el Reino Unido ha decidido dejar de ser miembro de la Unión Europea. Ahora todo son conjeturas y disquisiciones, básicamente porque se trata de un proceso que hasta ahora no hemos vivido,  y de un procedimiento -el del artículo 50 del Tratado de a Unión Europea- que nunca se ha aplicado. Y tampoco ha habido tiempo para la reflexión.

A pesar de todo ello, hay una serie de cuestiones que habrán de abordarse y que me gustaría apuntar en este artículo, que junto con unas consideraciones de carácter  general , espero que sirvan al lector para situarse mejor en el proceso que nos queda por delante.

En primer lugar, y centrándonos en la Política Agraria Común (PAC), es evidente que Europa pierde un contrapeso. La tradicional inspiración liberal de los británicos ha venido sirviendo de contrapeso a las posiciones continentales, especialmente la de los países del Sur, y este activo se pierde. Algunos países del Norte mantendrán la línea que lideraba el Reino Unido, pero la pérdida de peso es notable y, sin duda, se dejara notar en la Política Agraria Común. Y más teniendo en cuenta que ya empieza a preparase el debate de la PAC más allá del 2020.

En segundo lugar, y muy ligado a lo anterior, está la vertiente financiera. Reino Unido supone una contribución  al presupuesto agrario de la Unión del 5%, una cantidad que no parece ser muy significativa y que no causaría un mayor impacto en el gasto agrario del resto de los 27 países. No obstante, debemos recordar que en términos totales la aportación del Reino Unido al presupuesto comunitario es del 10,5 %  de sus recursos, y que además es un socio contribuyente neto. Es decir, aporta más de lo que recibe. Si los fondos de la PAC se asignan en función del total de los Presupuestos de la Unión, me atrevo a aventurar  que la negociación de la salida del Reino Unido será el momento para cuestionar los actuales fondos destinados a la agricultura .

En tercer lugar está la cuestión comercial. Si Reino Unido sale de la Unión, eso significa que deja de formar parte de la Unión Aduanera actual, y deberá negociarse un acuerdo UE – Reino Unido para reinstaurar las fronteras y los aranceles en el comercio bilateral. En este apartado, Reino Unido seguro que se lleva la peor parte: no sólo se trata de negociar el acuerdo comercial con sus antiguos socios, se trata además de denunciar todos los Acuerdos que la UE tiene suscritos con el resto del mundo (unos 50 en total) y renegociarlos también, pero esta vez no desde la posición de primer bloque comercial del mundo como es la Unión, sino desde la posición británica, y la diferencia de peso es sustancial.

En el apartado arancelario, la lógica nos dice que la negociación no partiría de unos niveles arancelarios standard, que en la Unión suelen ser elevados, sino de escalones inferiores. Ninguna de las dos partes parece que vaya a tener intención de crear grandes barreras en el comercio bilateral y seguro que el pragmatismo británico se impone, por la cuenta que les trae. Su economía está tan integrada en Europa y las corrientes comerciales son tan fuertes que cualquier cambio solo podría agravar la situación de las Islas.

En cuarto lugar estaría el bloque de legislación básica comunitaria, es decir, todo lo relativo a normas técnicas, reglamentación de calidad, normas alimentarias,… Otra vez más debería de jugar el pragmatismo británico y apostar por alinearse con el modelo que conocen, que han practicado durante cuarenta años y que está a la cabeza en el mundo: el modelo comunitario. Seguramente se alinearían “de facto” , como ahora hacen los países nórdicos que no son miembros de la UE a través del Espacio Económico Europeo.

Pero hay una diferencia sustancial: a partir de ahora ellos tendrán que ir a remolque de lo que Europa decida y adaptarse a un modelo de reconocimiento  mutuo. Ya no hacen las normas desde dentro, ahora tendrán que adaptarse a lo que disponga la Unión, si no quieren perder a sus mejores clientes.

A la vista de los anteriores comentarios, lo que cabe decir es que afrontamos un periodo de dos años de intensas y complejas negociaciones, hasta ahora desconocidas, que van a requerir de grandes esfuerzos, recursos y desgaste. Aunque en el sector agroalimentario las pautas estén más o menos marcadas como se apunta más arriba, lo preocupante es el marco general en el que el sector  se enmarca y que por tanto lo condiciona.

En este sentido, y como se apunta al inicio, la obligada revisión presupuestaria que implica la salida del Reino Unido seguro que se aprovecha para cambiar el equilibrio actual, las aportaciones por políticas, los objetivos,… Afrontamos una revisión del presupuesto por la puerta de atrás.  Y esto, para una PAC que está previsto modificar en el 2020, no son buenas noticias.

Tampoco son buenas noticias el periodo de inestabilidad y volatilidad que se abre con el Brexit. Los mercados seguirán muy de cerca el proceso de desconexión y podemos aventurar más de un golpe a las Bolsas, alteraciones en los tipos de cambio,… Y es que las dudas y los sobresaltos nunca han sido factores de crecimiento económico.

Existe otro riesgo importante en la configuración de las instituciones comunitarias. La salida del Reino Unido implica que 73 eurodiputados pierdan su escaño, sin que vayan a volver a cubrirse. La recomposición del Parlamento Europeo traerá sin duda un nuevo equilibrio político, aunque difícil de aventurar a día de hoy. Un efecto similar, aunque de menor calado, se  producirá en las plazas que tanto en la Comisión como en el Consejo hoy ocupan ciudadanos británicos, que serán sustituidos por funcionarios de otras nacionalidades con un efecto que seguramente no será neutro.

También las asociaciones europeas de los sectores económicos perderán fuerza y recursos con la salida de sus miembros británicos. En definitiva , afrontamos un momento grave y de incertidumbre de dos años, con consecuencias difícilmente previsibles. Pero la negociación de la desconexión no basta; forma y fondo de la integración europea deben repensarse en todos sus órdenes si queremos que siga dando frutos. Como ha dicho el Presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, “lo que no mata te hace crecer”. Y Europa necesita salir del letargo. Y necesita crecer.