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La descarbonización de nuestra economía y la sostenibilidad del sistema alimentario no se deben dejar al apriorismo.

 

En las últimas semanas estamos observando una confluencia de acontecimientos que nos deben hacer pensar, una vez más, hacia donde vamos.

La subida de las materias primas, los bloqueos en el transporte marítimo y la subida de los fletes, la falta de aprovisionamiento de insumos, el precio de la energía, la inflación disparada…son todos factores acumulados que nos están haciendo más difícil salir de la crisis económica provocada por la pandemia.

Parece como si se nos hubiera atragantado el efecto rebote, y tantos factores coincidiendo en el tiempo nos hayan gripado el crecimiento. Esperemos que como dicen algunos expertos la situación sea meramente temporal y encarrilemos ese crecimiento que todos esperamos y necesitamos,pero por ahora no es el caso.

Bien es verdad que detrás de estos acontecimientos subyacen diferentes razones: el fuerte tirón de la demanda con una oferta encogida, problemas climáticos, geopolítica, … pero tambien hay otros que parecen pasar desapercibidos.

Pensemos por ejemplo en el precio de la energía eléctrica. Parte de la subida se debe al incremento de la demanda y a la geopolítica, pero hay otra parte que responde a la lógica de la descarbonización y al coste de los derechos de emisiones, que se han disparado.

Este hecho tiene su lógica, al menos parcial, en las expectativas creadas en torno a las fechas del 2030 y 2050 como hitos para la neutralidad carbónica, y provoca una respuesta de los agentes del mercado ante las fuertes señales políticas y sociales en este sentido.

Y no está mal que el mercado reaccione a estas señales de necesidad de cambio, pero por el otro lado cabe preguntarse si no estamos recibiendo a la vez una señal de alerta a la que debemos prestar atención: el ritmo del cambio.

Y no solo el ritmo del cambio, sino las dudas que se plantean en el proceso de transición que tenemos por delante hasta conseguir los objetivos previstos.

La reflexión por tanto viene sola: ¿alguien ha pensado realmente en la transición?  La transición no solo debe ser justa, como propone el Green Deal, la transición debe estar prevista, y más si los objetivos son ambiciosos como es el caso, pero empiezo a dudar de ello.

Tenemos un problema de apriorismo, de “verdad de fe revelada” que no deja lugar al espíritu crítico y al análisis a fondo de todos los efectos del cambio. Y cuando esta carencia acaba tocando las economías familiares, el desarrollo de las empresas y la continuidad de los trabajos, nadie parece que vaya a salir ganando.

Esta reflexión se puede trasladar perfectamente al ámbito agroalimentario y la estrategia Farm to Fork que empieza a desarrollarse en Bruselas. La Comisión nos ha embarcado en un cambio de modelo alimentario, bastante radical en algunas de sus propuestas -más orientadas por la ideología que por la ciencia-, y con unos objetivos que todavía no han sido evaluados.

Llama la atención la certeza con la que la Estrategia pone cifras y compromisos concretos – reducción de un 50% en fertilizantes, incremento del 25 % de la superficie dedicada a la producción ecológica, reducción de la pérdida de nutrientes en un  50%, o del uso de antibióticos en la producción animal de otro tanto-. No son mas que ejemplos, pero esta  claro que el marketing ha entrado de pleno en la política;  la opinión publica necesita de titulares, pero a la vez es preocupante que desconozcamos aun que hay detrás de esas cifras. Y máxime con lo que se está jugando el sector en este profundo cambio que se propone.

Esta ha sido precisamente una de las firmes peticiones del Parlamento Europeo la pasada semana, es decir, la de obligar a la Comisión a llevar a cabo el análisis de impacto, propuesta por propuesta, a cada una de sus iniciativas legislativas que conforman el paquete del Farm to Fork .

Nadie creo que cuestione que hay que hacer, más bien se trata de como hay que hacerlo, y como llegamos al objetivo. En un contexto tan complejo como el actual, no percibir las señales que nos manda el mercado puede ser hasta peligroso.