Donald Trump vuelve a la carga con su retórica proteccionista y amenaza con un arancel del 200 % sobre vinos, champagne y bebidas espirituosas de la Unión Europea. ¿La razón? Un supuesto castigo por parte de la UE al whisky estadounidense, cuando en realidad estamos ante otro episodio más de su política comercial:
Sin mostrar reparos, además pasa por alto por completo los principales objetivos que motivaron la creación de la Unión Europea: prevenir conflictos, fomentar la cooperación económica y fortalecer la estabilidad política. Si bien es cierto que, con el tiempo, la UE se consolidó como una unión económica con políticas comerciales comunes, resulta desafortunado que el presidente de Estados Unidos recurra al limitado conocimiento histórico de sus ciudadanos para sostener que la UE “se formó con el único propósito de aprovecharse de EE.UU.’”. En realidad, quien parece aprovecharse en este contexto es él, al servirse de su posición al frente de un país donde la información histórica, la tradición y el factor cultural a menudo no tienen el mismo peso que en Europa, donde estos aspectos son fundamentales para nuestra identidad y desarrollo.
Es evidente que, en el mercado estadounidense, la cultura agroalimentaria no tiene el mismo arraigo ni respeto que aquí. En muchas ocasiones, no se valora adecuadamente la calidad y el esfuerzo detrás de productos como el vino o bebidas espirituosas, fruto del trabajo de generaciones. España, por ejemplo, sigue siendo el cuarto mayor exportador de vino del mundo, solo por detrás de Francia, Italia y Nueva Zelanda, lo que demuestra la importancia de nuestra industria vitivinícola a nivel global.
Pero más allá de los ataques de Trump, lo único seguro es que uno de los mayores perjudicados será el consumidor estadounidense. Si los aranceles se aplican, los precios del vino europeo se dispararán, reduciendo la oferta y limitando la diversidad de productos disponibles. Además, desde una perspectiva estadounidense, la UE es más importante como proveedor que como mercado de exportación, lo que hace que estas políticas sean aún más contraproducentes.
Al final, con esta guerra arancelaria, no gana nadie. Se trata de una medida que solo genera distorsiones en el mercado y daña a quienes menos culpa tienen: los consumidores y los pequeños productores. En lugar de imponer barreras comerciales absurdas, deberíamos fomentar el diálogo y el respeto por el comercio internacional.
Dada esta situación, nos encontramos con la encrucijada de qué debería hacer la Unión Europea. Ya vimos cómo Colombia aceptó recibir a inmigrantes a cambio de que EE.UU. suspendiera los aranceles del 25 %… Por lo tanto, ¿debería ceder la UE ante las amenazas de guerra arancelaria de Trump?
Hacerlo sentaría un precedente peligroso que incentivaría futuras presiones unilaterales por parte de EE.UU. y otros actores globales. En su lugar, la UE debería tomarse muy en serio algunos otros cometidos como fortalecer la unidad interna entre Estados Miembros para evitar que Trump encuentre en las diferencias una brecha que explotar, o buscar apoyo de aliados como Canadá, Japón y América Latina para enfrentar juntos el proteccionismo estadounidense.
En su lugar, nos estamos encontrando una Unión centrada en políticas de sostenibilidad excesivas, como la estricta regulación de emisiones, las restricciones agrícolas (uso de fitosanitarios, organismos modificados genéticamente…) o la limitación de la producción energética basada en combustibles fósiles, que nos colocan en desventaja frente a potencias como China o EE. UU.
La UE es un bloque económico poderoso y no debe negociar bajo presión, y como tal, debería saber enfrentarse a Trump con firmeza y estrategia, visto que no entiende las vías diplomáticas.
Carmen Báguena Ferratges