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Hace varios días The Economist se refería a la Primera Ministra británica como Theresa Maybe, en clara alusión a la falta de rumbo con que su gobierno está manejando el tema del Brexit. Hace algunos meses ya escribí sobre el asunto, pero he considerado útil actualizar y ordenar la información y las ideas para compartirlas en el blog, así que ahí van.

Las Instituciones comunitarias (Comisión, Consejo y Parlamento Europeo) acaban de nombrar a sus negociadores  para un proceso que se antoja difícil, complejo y lleno de incógnitas: la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Bien es verdad que antes de finales del primer trimestre de 2017 no se espera el lanzamiento formal de la negociación, pero es un paso significativo que me da pie a compartir con el lector interesado algunas reflexiones sobre el Brexit y, sobre todo, a intentar trazar el camino de los temas que habrán de ir abordándose en este proceso. Y ambas cosas, no con el ánimo de hacer ficción sobre algo que es “terra incognita”, sino de apuntar algunos de los asuntos que habrán de ir desgranados en este proceso. Si con ello consigo aportar algo de luz, daré por bueno el intento.

Empecemos por lo grueso: en la Unión se sabe muy bien cómo se entra, pero no cómo se sale. Resulta un tanto chocante que un tratado como es el de la UE disponga con detalle todo lo relativo al ingreso, pero que en relación a la salida solo dedique un artículo, cuando cualquier organización -hasta una modesta comunidad de vecinos- incluye disposiciones respecto de cómo y en qué condiciones se deja de formar parte del proyecto colectivo. Desconozco si la redacción del famoso artículo 50 del Tratado de la Unión se concibió desde la euforia europeísta o desde el desdén, pero el caso es que hoy nos encontramos frente un camino que hay que deshacer y no se sabe bien cómo.

En segundo lugar, comparto mi perplejidad frente al resultado del referéndum, toda vez que el Reino Unido -la cuna del pragmatismo- ha sido capaz de pensar que en el Siglo XXI hay prosperidad desde la soledad,… Pero, en fin, es lo que tiene este tipo de ejercicios. Como dice el refrán castizo: “el que pregunta se queda de cuadro”. Tan “de cuadro” que ni los propios británicos tienen nada claro, porque ellos mismos siguen  divididos, reconocen no tener expertos suficientes para esta empresa negociadora y tampoco tienen claro cómo hacerlo, ya que el Parlamento y el Gobierno se hayan enfrascados en los Tribunales para saber si la decisión requiere contar con los representantes del pueblo o no.

Esta incertidumbre es evidente que no hace ningún bien a nadie, pero en especial a los propios británicos. Los mercados ya tienen de por sí suficientes incertidumbres que gestionar como para incluir una de este calibre, y claro, ya lo han descontado: reducción sustancial de las tasas de crecimiento económico para los próximos años, intervención del Banco de Inglaterra para inyectar liquidez en el sistema, derrumbe de la libra frente al euro y el dólar , anuncios de deslocalización de sectores enteros,…

Si éste es el entorno general en el que se mueve el Brexit, cabe preguntarse si somos capaces de avanzar algo a nivel de detalle y en concreto en el sector agroalimentario; y sí, lo somos. De hecho ya lo estamos viviendo, y ahí están las tensiones entre la distribución británica y la industria por mantener el margen con una devaluación del 18% de la libra. Ya hemos visto varios episodios en esta línea, y seguro que no serán los últimos .

En contraste con los mercados, no deja de ser interesante subrayar cómo las instituciones se toman su tiempo y siguen concentradas en la estrategia negociadora, el nombramiento de responsables, la preparación de informes,…dos realidades bien distintas.

¿Qué puede pasar a partir de ahora? ¿Cuál es la hoja de ruta de las autoridades para avanzar en este proceso? Poco se ha desvelado por ahora, pero creo que tenemos suficiente materia como para poner algunas luces en el camino que se habrá de recorrer en nuestro sector agroalimentario.

Sin ánimo de ser exhaustivo sino más bien provocador, aquí van algunas reflexiones:

La primera es que la Unión pierde un socio tradicionalmente crítico con la Política Agraria Común (PAC).  Nunca han sido muy del gusto británico las ideas de las subvenciones, el proteccionismo en frontera, la promoción de la calidad agroalimentaria,… Y menos tener que pagar por todo ello. Baste recordar que la campaña por el «cheque británico» liderada por la señora Thatcher se traducía en la siguiente ecuación: «Si tengo que pagar al presupuesto comunitario, éste se gasta mayoritariamente en agricultura, y yo no tengo agricultura,… Devuélvanme el dinero, por favor («Give my money back»). Y lo consiguió.

Pero más allá de la anécdota, es importante retener que la Unión Europea va a perder un contrapeso importante en la política agraria, y me temo que algunos países nórdicos de mentalidad liberal que hacen eco al Reino Unido no habrán de tener la misma fuerza en el futuro. Y esto, créanme, no tiene por qué ser bueno. Habrá un cambio de alianzas y de enfoques que hoy no me atrevo a aventurar, pero no será evidente encontrar el nuevo equilibrio.

Ligado con el anterior comentario, el tema financiero no será de menor enjundia. Es verdad que el Reino Unido solo recibe el 5% del gasto agrario comunitario en concepto de ayudas y compensaciones a su sector agroalimentario, pero por el contrario es uno de los grandes contribuyentes al presupuesto comunitario con el 10% de los ingresos totales.

Si descontáramos esta contribución quizás el impacto sobre la parte agraria fuera menor, pero en el conjunto la lectura es más preocupante por dos consideraciones: la primera, porque no parece fácil la tarea de convencer a los estados miembros para incrementar sus contribuciones a la Unión, y la segunda porque se acaba de abrir la revisión del presupuesto comunitario con vistas a 2020 y con la presión de otras necesidades políticas -inmigración, seguridad, medioambiente,…-, no va a ser nada fácil mantener la prioridad en la agricultura.

En este proceso de destejer lo hecho nos encontramos con otro tema clave, y es el debate del Brexit “duro” . Algunas voces han sugerido que el Reino Unido podría seguir dentro del sistema europeo de libre circulación de mercancías – es decir , seguir comerciando con la Unión libremente , sin aranceles ni trabas -,  dejando de lado la libre circulación de personas, servicios y capitales  . La respuesta no se ha hecho esperar: la UE es un marco de integración económica basado en cuatro libertades – circulación de mercancías, personas, servicios y capitales – , que están indisolublemente ligadas, y por tanto no vale un “descuelgue a la carta”: o todo, o nada.

Por el contrario , y en lo que respecta a las normas técnicas que abundan en el sector –criterios de calidad, etiquetado, composición de productos,…- cabe esperar que dado el grado de integración que el sector agroalimentario británico tiene con la Unión y el elevado standard reglamentario que nos caracteriza, los cambios no serán sustanciales.

Otro asunto de gran relevancia es qué modelo de relaciones comerciales tendrá Europa con el Reino Unido una vez se firme el acuerdo de salida. De entrada hay que decir que el acuerdo, sea el que fuere, no será seguramente de aplicación inmediata y necesitará de unos periodos transitorios de aplicación, que algunas fuentes han llegado a cifrar en diez años. No me atrevería a concretar los plazos exactos, pero sí a afirmar que un plazo de adaptación -para las dos partes- será necesario.

A partir de aquí, y si la teoría nos dice que el Reino Unido no podrá beneficiarse de las ventajas del mercado único, esto se traduce en que habrá algún tipo de protección arancelaria en el comercio con la Unión Europea. La Unión Europea tiene unos aranceles standard frente a terceros países que en el sector agroalimentario suelen ser elevados por lo que seguramente no nos interesaría tomar esa referencia como punto de partida, así que lo más lógico es que esos aranceles que vayan a regir el futuro comercio Reino Unido-UE sean más bien bajos, en beneficio mutuo y en línea con los acuerdos que la Unión tiene con algunos países del Norte de Europa.

Otra cosa bien diferente es que pasara frente a terceros. Todos los analistas reconocen que ésta habrá de ser la pieza más compleja del puzzle en términos técnicos. La Organización Mundial del Comercio (OMC) y sus reglas comprometen a ambas partes, y cualquier movimiento debe estar en línea con sus disposiciones. Esto implica que al salir Reino Unido de la Unión , habrá que reajustar los acuerdos comerciales de la UE con el resto del mundo (cuotas, contingentes, etc.) y nadie descarta que nos llevemos alguna sorpresa en forma de compensación a algún país que se sienta lesionado por los cambios. Esperemos que no sea el caso de los Estados Unidos, porque su nueva administración (America´s first)  está dispuesta a ganar en todos los mercados…

Pero si para nosotros será complejo, para el Reino Unido será infernal. Basta con decir que primero tiene que denunciar todos los acuerdos (más de 60) y luego renegociar país por país su nuevo régimen de comercio bilateral, ¡y este proceso sí que les va a llevar años! Un apunte final a este respecto: no va a tener fácil el encaje en este juego el sector agroalimentario británico, toda vez que en la economía del país pesan más los intereses de los sectores de servicios e industria, con los será difícil ponerse de acuerdo en las prioridades de la negociación.

Proyectando esta situación a España , y por encima de los problemas que esté causando a nuestras ventas en el Reino Unido la devaluación de la libra, no podemos perder de vista el incremento de la competencia que se avecina en este país.

España tiene hoy día una balanza comercial agroalimentaria superavitaria -1.100 millones de euros frente a 3.680 millones-, lo que nos sitúa como el segundo socio comercial europeo en el sector, después de Holanda.  Si nos aventuramos al futuro, Reino Unido seguramente buscará abaratar sus importaciones procedentes de terceros países y ahí sectores como el vacuno, vinos, azúcar y derivados o lácteos habrán de competir con países tan eficientes como Argentina, Brasil, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Estados Unidos,… Hay que empezar a imaginar cómo será ese mercado en unos años y actuar en consecuencia.

Todavía no hemos empezado la negociación, pero quizás estas ideas puedan ser de interés para aquellas empresas con intereses en el Reino Unido y, en general, para todos los que operan en el sector agroalimentario en la medida en que el contexto europeo también habrá de cambiar sustancialmente respecto de lo que hoy conocemos.

Seguramente viviremos sobresaltos en el camino hasta la desconexión, y habremos de estar preparados por ello. La realidad nos muestra una vez más que la política incide directamente sobre los negocios pero, ¿quién sabe?, también la política es el arte de hacer posible lo imposible. Un experto apuntaba recientemente que una vez cerradas las negociaciones, el gobierno británico siempre puede preguntar al Parlamento o al ciudadano si están a favor o en contra de los términos del acuerdo final, y ahí se abriría una puerta a otra solución.

No se sabe nunca; por eso, mejor estar preparados para lo que pueda surgir mañana.