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Los que nos dedicamos al sector agroalimentario sabemos bien la importancia que tiene Bruselas a la hora de modular y condicionar su desarrollo; las políticas que le afectan y que son en mayor o menor medida competencia europea no son pocas – PAC, política comercial, salud y seguridad alimentaria, mercado interior, sostenibilidad-, y de ellas se derivan luego reglamentos y directivas que aplican al sector.

Hace tiempo, The Economist apuntaba que más del 70% de la legislación de carácter económico que luego se aplica en los Estados miembro tiene su origen en Bruselas. Hoy me atrevería a decir que la previsión se quedó corta.

Pero, siendo todo esto cierto, tengo la sensación de que nos olvidamos de que hay vida más allá de Bruselas, y que no siempre le prestamos la debida atención, sobre todo cuando hablamos del largo plazo.

Y aquí es donde entran en juego otras plazas, especialmente Ginebra, sede de organismo internacionales de Naciones Unidas que debieran merecer una reflexión por el creciente impacto que tienen en el diseño de las políticas que acaban afectando al sector.

Algunos dirán que son máquinas elefantiásicas en las que solo se discute y se habla, pero no alcanzan acuerdos – o son pocos-, que no tienen el mayor interés. Pero yo niego la mayor.

Es verdad que estos Organismo Internacionales no hacen ley, sino simples recomendaciones o resoluciones, pero yo no las minusvaloraría.  Ese “soft power” de determinados organismos, su capacidad de influencia en el diseño de políticas es mucho más importante de lo que pudiera parecer…

Dos son, a mi juicio, los más directamente implicados con el negocio agroalimentario: la Organización Mundial del Comercio y la Organización Mundial de la Salud.

La OMC está actualmente bloqueada por la decisión de Estados Unidos de no renovar los miembros del organismo de solución de diferencias, el órgano encargado de dirimir los contenciosos entre los miembros y clave, por tanto, para el cumplimiento de los principios y acuerdos del sistema de comercio internacional. Hasta que la nueva Administracion Biden no dé señales de cambio, la OMC seguirá languideciendo y con influencia limitada.

Pero la OMS manda, y mucho, aunque no lo parezca. Y, aunque sus resoluciones no tengan fuerza de ley y no tenga órganos de arbitraje de obligado cumplimiento, como es el caso de la OMC.

Podríamos pensar que con la pandemia la OMS iba a dejar de lado su foco sobre las Enfermedades no Transmisibles y volcarse en las Transmisibles, pero no está siendo así. La alimentación y las bebidas siguen siendo tema favorito, y lo seguirá siendo. LA OMS no deja de elaborar informes, recomendaciones, estudios, …sobre los problemas que, a su juicio, la alimentación plantea para la salud mundial, proponiendo de manera constante soluciones restrictivas cuando no prohibiciones directamente.

El efecto de estos trabajos es claro:  la influencia directa sobre las políticas europeas y nacionales que luego si, los legisladores, tiene en consideración. Poder no menor, como la realidad nos está demostrando.

¿Y esto es malo, cabe preguntarse? No. Es lógico que un organismo internacional vele por la salud de los habitantes del planeta. Es su razón de ser.

Pero otra cosa cabe decir de cómo lo hace. En primer lugar, no deja de sorprenderme, como apunto más arriba, que todas las soluciones propuestas vayan siempre por la misma línea. ¿no hay otras alternativas a la lucha contra las ENT? ¿Empíricamente es posible crear algo nuevo y mejor desde la crítica continua? ¿es que la alimentación no aporta nada positivo a la sociedad?  No parece que estén muy interesados en contestar estas preguntas.

En segundo lugar, la OMS como cualquier otro organismo internacional tiene un profundo déficit del que poco se habla pero que pone en juego su futuro: su democratización. La OMS no rinde cuentas a ningún poder legislativo – si lo hacen la Unión Europea y nuestros gobiernos a nivel nacional-, y no debe tardarse en revisar su modelo. Al final no dejan de ser funcionarios internacionales que vuelcan su criterio en documentos que luego como digo repercuten en las políticas nacionales, pero sin asumir responsabilidad alguna. Un ejemplo singular de ello es la OMS Europe, una máquina de producir documentos de influencia y puro lobby a la UE y los gobiernos nacionales.

 

En su afán por conseguir sus objetivos llegan a debates sorprendentes como el de deslegitimar a los sectores económicos y su interlocución como agentes sociales, como ya han hecho con el tabaco y ahora se plantean hacer con las bebidas con contenido alcohólico y la alimentación.

No parece un comportamiento muy democrático negar la interlocución a un agente social. Y así, desde luego, no van a crecer en la transparencia y rendición de cuentas que cada vez más – y con razón-, se exige de una organización pública.

Nos quejamos de la capacidad de acción de la OMS en la pandemia, y de su falta de coordinación de las políticas nacionales, pero no caemos en la cuenta de lo limitados que son sus poderes que, por el bien de todos, deben reforzarse, como estamos viendo. Pero, para dar ese salto, lo primero es un ejercicio de autoanálisis y resolver las fallas de transparencia, responsabilidad y colaboración con toda la sociedad que todavía tiene. Es lo de la mujer del Cesar… y por muy ilustrados que sean sus funcionarios, que no lo dudo, prefiero el control democrático de un poder político electo detrás de sus resoluciones. Yo, al menos, así lo veo.

Mientras viene el cambio, mejor elevar la vista más allá de Bruselas…