En el mundo agroalimentario, donde la tradición y la innovación deben coexistir, las palabras importan más de lo que creemos. El poder del lenguaje no solo radica en la capacidad de comunicar, sino también en definir, preservar y proteger realidades que van más allá de lo puramente semántico.
En este contexto, surgen desafíos preocupantes, como la creciente utilización de términos arraigados en productos, sobre todo, cárnicos y lácteos, tradicionales para referirse a versiones vegetales o alternativas, con el riesgo de distorsionar su significado original. ¿Es legítimo llamar «hamburguesa» a algo que no contiene carne? ¿Deberíamos aceptar que «leche» signifique cualquier líquido blanco, independientemente de su origen animal?
En los últimos años, hemos sido testigos de un auge en la comercialización de productos vegetales bajo nombres tradicionalmente asociados a la carne o la leche. Conceptos como «hamburguesa vegetal» o «salchicha sin carne» no solo son inexactos, sino que confunden a los consumidores y subestiman el esfuerzo de sectores que llevan décadas, si no siglos, produciendo alimentos con estándares de calidad y tradición muy específicos.
No se trata solo de una cuestión comercial, sino de defender lo que estos productos representan. Estos procesos en muchas ocasiones, son fruto de un equilibrio entre producción, sostenibilidad, esfuerzo, bienestar animal…
Es necesario y está bien que exista variedad de elección en el mercado, pero no que utilicen términos que no les corresponden y sin confundir.
Es nuestro deber proteger el sector agroalimentario, reflejo de culturas, tradiciones y técnicas ancestrales que requieren respeto, pero equiparar estos conceptos con otros productos más modernos y generalizados infravalora el legado que arrastran.
No reconocer la singularidad de estos productos no solo merma la tradición, sino que también pone en riesgo a sectores económicos vitales para muchas regiones.
El lenguaje crea realidades, y las palabras tienen el poder de moldear la realidad, de definir lo que es y lo que no es. Llamar a algo por su nombre correcto no es solo una cuestión de precisión, es una cuestión de justicia. Nombrar correctamente preserva la esencia, y en el caso del sector agroalimentario, es un reconocimiento del trabajo, la tradición y la calidad.
Cuando diluimos los significados, también diluimos la percepción de la autenticidad y la historia detrás de un producto. No es lo mismo disfrutar de una «hamburguesa de carne» que una «hamburguesa vegetal»; no solo por sus ingredientes, sino por lo que representa cada una. Cada nombre tiene una carga simbólica, un respeto intrínseco hacia quienes han construido con esfuerzo y dedicación la calidad que hoy disfrutamos.
Carmen Báguena Ferratges.