¿Creíamos haberlo visto todo en lo que atañe a la sostenibilidad? Habíamos asumido que este término figuraría ya como piedra angular de toda cuestión regulatoria que se plantee en adelante, sin embargo, no lo habíamos visto todo.
Unas consideraciones que han sido históricamente relegadas a la responsabilidad social corporativa (la sostenibilidad) se convierten a una velocidad vertiginosa en amenazas regulatorias para las empresas. La sostenibilidad impacta también – y seriamente – en las finanzas empresariales y eso hace que tengamos que estar, si cabe, más atentos al asunto.
Dos tendencias a las que atender: los estándares de medición de la sostenibilidad y la trazabilidad en su cumplimiento y desarrollo.
Sobre los estándares de sostenibilidad:
Personalmente, cuando comenzó este mantra y los reguladores nos advertían de su interés, una de las cosas que me hacía pensar que iría para largo era la complejidad a la hora de medir la tan ansiada sostenibilidad. Entendía y me preocupaba la implantación de este término, pero, atendiendo a la coyuntura del momento, creí que la cordura se impondría en el camino: ¿cómo se va a regular sobre un término del que ni siquiera hay una definición uniforme?, ¿qué se podrá imponer en pro de algo tan difícil de medir? Una vez más, estas preguntas que se hace la sociedad quedan grande a los políticos. “Tú regula, ya veremos cómo se aplica”.
Pues, si bien tarde, la sostenibilidad es cada vez más mensurable. Actualmente, estamos en un momento de asentamiento de criterios objetivos que serán el común denominador de todo lo que pueda calificarse como “sostenible”.
En 2020, comienza a gestarse el ISSB (International Sustainability Standards Board), que no se estableció efectivamente hasta 2022. Se trata de un organismo que actúa como fuerza motriz para asentar normas de sostenibilidad a nivel global, trabajando en la adopción de estándares y conceptos comúnmente aceptados para orientar la acción.
Por parte de la UE, se adoptó en 2021 la Estrategia para unas Finanzas Sostenibles, un conjunto de normas interconectadas para incrementar el flujo de capital hacia la financiación de la transición a una economía más sostenible. El pilar de esta Estrategia es el Reglamento de Divulgación de Finanzas Sostenibles (SFDR). Así, para no quedar relegada por el ISSB, la UE hizo uso del Grupo Consultivo Europeo en materia de Información Financiera (EFRAG) para actuar en la misma dirección. EFRAG es una asociación privada que se creó en 2001 impulsada por la Comisión Europea, de forma que sirviera al interés público. En 2022, se amplía su misión para que preste asesoramiento técnico a la Comisión en el desarrollo de las normas de elaboración de informes de sostenibilidad. Esto serviría para el propósito de la Estrategia financiera europea.
Actualmente hay un totum revolutum de normas que regulan aspectos concretos relacionados con la sostenibilidad (e.g., deforestación, trabajo forzoso, debida diligencia…), pero, una vez más, derivan en una difícil aplicación. Las instituciones europeas, como ya es costumbre, meten esta amalgama de medidas en un “paquete legislativo”, que sirve como cajón de sastre para hacer acopio de normas que impactan profundamente a las empresas, y sobre las que acaba uno ciertamente confundido.
Como una imagen vale más que mil palabras, aquí el contenido de la Estrategia[1]:
[1] En verde, las ya aprobadas; en naranja, las que están en curso o suspendidas temporalmente.